dimecres, 17 de març del 2010

Carta a un mestre o com pot arribar a influir la nostra tasca

Ha arribat el moment d'inaugurar aquest bloc. I vull compartir amb vosaltres una columna que podiem llegir a La Vanguardia el passat 09/03/2010. Aquest article em va cridar molt l'atenció ja que és com una injecció d'aire fresc pels mestres. Ens mostra fins a quin punt pot ser important la nostra tasca. Hem de ser conscients que a part d'ensenyar a llegir, comptar... també preparem als nens per la vida i hem de fer que els nens puguin treure el millor d'ells mateixos.

Us deixo l'article a continuació que segur que us agradarà.


Por Gregorio Luri, La Vanguardia.
En los años veinte del siglo pasado había un maestro en Argel. Era uno de esos maestros de la escuela republicana francesa que entendían la docencia como la misión de acompañar a los alumnos en su tránsito hacia la plena ciudadanía. Tenía más de treinta en su clase. Entre ellos un niño huérfano de padre, que vivía con su madre analfabeta, un hermano un poco mayor y una abuela cascarrabias empeñada en que los niños comenzaran a trabajar cuanto antes. ¿Acaso podían aprender algo útil huroneando entre los libros? Por si acaso, en casa no había ni uno. Aquel niño era tan pobre que vivía su pasión por el fútbol desde la ingrata posición de portero, el puesto en el que menos se desgastan los zapatos. Su madre lo había educado para que, sin perder la conciencia de su situación económica, no se rindiera al fatalismo de la miseria. Era, aparentemente, otro niño travieso al que le gustaba liberar a los animales de la perrera y tenía los puños preparados por si tenía que enfrentarse a un matón de patio. Su lengua no era el francés, sino el pataouète, el dialecto hablado en Argelia. Pero su maestro era un maestro. ¿Y qué es un maestro sino el celoso amante de lo mejor que podemos llegar a ser? Lo ayudó a dejar de ser extranjero en su propia lengua, le logró una beca y lo guió por la fascinación de la palabra. En clase, al acabar las lecciones, escuchaba con la imaginación encendida el capítulo de la novela que su maestro leía con voz bien timbrada como gesto de despedida. El día que se presentó al examen para el acceso a la secundaria, se limpió los zapatos de portero hasta dejarlos relucientes. En la puerta del liceo lo esperaba su maestro, con un croissant en la mano, por si no había desayunado lo suficiente. Este maestro cabal se llamaba Louis Germain. Treinta años después, a finales de noviembre de 1957, Germain recibió una carta fechada en París. Era de su alumno, que había obtenido el Nobel de literatura. La leyó emocionado: “Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiera sucedido nada de todo esto”. Firmaba, Albert Camus. Luego Camus hizo una descripción deliciosa de su maestro en El primer hombre, la novela inconclusa que llevaba en el coche en el que murió, recordando que fue él quien le hizo sentirse digno de descubrir el mundo. No conozco un elogio más digno para un maestro.

O aquesta altra carta de Simón Bolívar:

“...Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado en una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que nos ha dado: no he podido borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado.” (Carta de Simón Bolívar a su maestro Simón Rodríguez)

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